La madre es, fundamentalmente, el camino hacia la vida, junto con el padre.
Todo hijo/a llega al cuerpo de su madre, y es allí donde se abre un campo inmenso de procesos bioquímicos, fisiológicos, neuronales, etc., que permiten a la criatura desarrollarse en su máximo esplendor, a todos los niveles.
También es el encuentro con lo espiritual, con la emoción: la primera experiencia de vinculación primal.
La madre simplemente ES.
Y lo seguirá siendo siempre, lo aceptemos o no. Su imagen, su reflejo, nuestra mirada hacia ella quedará impresa en los lugares más luminosos o sombríos de nuestra vida.
Desde la perspectiva sistémica, la madre representa la vida, el concepto más amplio de abundancia, la salud, el dinero. Se refleja tácitamente en todas las relaciones personales que establecemos a lo largo de nuestro desarrollo vital, sobre todo en la relación de pareja. Además, el vínculo –la relación que hemos establecido con nuestra madre– está estrechamente reflejado en nuestra forma de experimentar la maternidad (en sus distintas formas de expresión).
El éxito en tu vida, el brillo de tus ojos, la capacidad de acariciar, de ser amable contigo mismo/a y con los demás, el gozo, la suficiencia y la bondad más esencial vienen de la mano de mamá.
Esto no quiere decir que, si tu mamá era así o no, dispones o no de ello. Lo que pretendo explicarte es que, independientemente de cómo lo haya hecho mamá, e incluso de cómo fuese vuestra relación, si tú eres capaz de convivir con lo sucedido (fuese lo que fuese que pasó), y de reconocer y agradecer lo que sí pudo darse entre mamá y tú, entonces te abres a tomar esas bondades en tu propia vida.
Es un súper poder que tenemos todas las personas.
Somos contenedores de la esencia de la vida. Todo está dispuesto en ti. Tan solo falta que tú realmente estés disponible para disfrutarlo y agasajarte con ello… Para eso, hay una única condición inevitable:
“Ser capaz de reconocer el tesoro que guardaba para ti cada una de las desventuras que viviste en tu vida.”
(Me refiero a los aprendizajes y capacidades que te permitió desarrollar).
Por si no lo sabes, te apoyan en ese proceso tu instinto evolutivo, la resiliencia y la homeostasis natural del sistema familiar al que perteneces.
Además, también están las madres de crianza, que gestan el vínculo con sus criaturas en el corazón. Que sostienen y nutren, que acompañan y ofrecen lo necesario para que, ahora también, sus hijos/as puedan desarrollarse plenos/as. Esas mujeres son capaces de amar el fruto de la vida sin que haya una experiencia biológica, necesariamente. Entrega amorosa que honro.
Quisiera también hablar de las mujeres que gestan y/o nutren proyectos, entidades, empresas, animales, incluso el acompañamiento de niños y niñas en su desarrollo vital. Vosotras también sois madres, para mí.
La esencia nutricia y sustentadora se halla en toda mujer, indistintamente de si ha sido madre biológica o no.
Y, por supuesto, a las mujeres que anhelaron ser madres y que, por distintos motivos, no pudieron.
Para mí, principalmente, ser madre es un concepto puramente espiritual. En la materia o en lo logístico, hay muchas formas distintas y todas son perfectas, porque todas parten del mismo lugar esencial de entrega.
Cuando hablo de madres, hablo de mujeres. De todas las que sustentaron la vida y de las que lo seguimos haciendo. Todo ello dará rienda a las que nos continuarán.
La mujer se concibe como madre en el amor y la entrega a algo mayor. Algo esencial que traspasa formas, personas, y que viene de muy lejos.
A todas las mujeres-madres, GRACIAS.
Manuela Silva González, madre, hija, nieta.